sábado, 21 de marzo de 2020

RETRACTILADO DE TODOS LOS LIBROS COMO MEDIDA DE HIGIENE

Estimados lectores:

Tal y como se anunció en la entrada anterior, iniciaremos ahora una serie de indicaciones que podrían seguirse en lo venidero para mejorar el servicio de los libreros a sus clientes y también como pautas para una nueva relación entre estos y aquellos.

Empezaré escribiendo sobre la importancia de proteger los libros y qué medidas se podrían adoptar para lograrlo. 

Muchas veces me han preguntado por qué dedico tanto tiempo y esfuerzo a proteger los libros con un film transparente. El papel celofán, que el librero puede adquirir en bobinas a un mayorista especializado, no resulta difícil de encontrar y tampoco implica un tremendo desembolso para su bolsillo. Existen varios tipos, pero en la librería Lucense, de todos los disponibles que conocemos, empleamos solo el de mejor calidad. Cada libro se empaqueta a mano y muchas veces se limpia antes con alcohol. Los que son habituales de la tienda lo saben. Se hace con cariño pensando en ellos.

Habrá quien sugiera que el celofán es un plástico y que no es ecológico. Seguramente sepa que, en realidad, se trata de un derivado de la celulosa, presente en todo el planeta. No obstante, hoy se ha sustituido por un derivado del petróleo, similar en aspecto y mucho más económico, aunque tóxico: el polipropileno. Así que aceptamos el reproche. Por nuestra parte, reciclamos hasta el último pedazo sobrante y apostamos por métodos más ecológicos. Sería tan sencillo como volver al celofán auténtico que se ha usado siempre. La rentabilidad e intereses de las grandes empresas suelen darse de bofetadas con el sentido común, siendo todos los que pagamos las consecuencias de la mala conciencia de unos pocos. Si algún lector pudiera informarnos de un método mejor, estamos más que abiertos a escuchar sus sugerencias.

Los libros, al igual que sucede con otros bienes de consumo, deberían venir perfectamente protegidos de los almacenes. He visto en internet algunas librerías de Hispanoamérica y de Japón: todos sus libros presentaban un retractilado de origen. Me sorprendió y me agradó al mismo tiempo. Así debería ser en todo el mundo, principalmente por dos razones:

- La primera, para garantizar al cliente que está adquiriendo un producto realmente a estrenar. Si uno paga 20 euros por un libro quiere que cada céntimo del total lo merezca. Debe estar protegido del polvo y la suciedad que se origina en la estantería, pero también de las manos de clientes que tocan los libros, unas veces sin el debido respeto y delicadeza, otras con las palmas y yemas de los dedos manchados de grasa, sudor y suciedad en general. ¿Cuántos gérmenes puede contener una mano que no se ha lavado desde hace horas y que ha tocado decenas de barras de transporte público, pomos, dinero, etc.? Eso sin contar las carencias de higiene personal. Confio en que todos, a partir de ahora, habremos aprendido a lavarnos las manos (y correctamente) y habremos tomado conciencia de lo importante que es hacerlo antes y después de usar el cuarto de baño.

- La segunda, evitar que los libreros descuidados (y, en especial, las grandes superficies) devuelvan ejemplares manoseados y en mal estado. Esta es la práctica habitual en muchas librerías de España, y debe acabarse ya. Existe una oferta excesiva que no se ajusta a la realidad: no se puede leer tanto como se imprime. ¿Resultado? Los libreros nos pasamos el día sacando libros de cajas, cambiando las novedades recientes y sustituyéndolas por otras más actuales. ¿Adónde van a parar los libros que sacamos de las mesas y estanterías? Casi siempre a los almacenes, que sin el debido cuidado, ponen de nuevo en circulación. Permítanme una anécdota que servirá de ejemplo... La ley dice que debemos indicar el precio en todos los productos que destacamos en el escaparate. En Lucense ningún libro expuesto a la calle se coloca sin su correspondiente celofán, y sobre esta película se añade una pegatina con el precio. Puedo constatar que, en una ocasión, nos llegó un libro que nosotros habíamos devuelto a la editorial. Por error, no habíamos retirado el precio con el nombre de la librería, y del almacén nos llegó con un retractilado sobre el film que nosotros ya habíamos colocado en su día (por cierto, ¿se puede retractilar un libro que ya ha sido abierto? ¿No estaba prohibido?). Generalmente, pensando en el bien ajeno, devolvemos los libros con nuestro propio celofán. Intentamos que salgan de nuestro almacén en mejores condiciones que nos han llegado. Así debería ser siempre y sin excepción en todas partes. Pues bien, ¿quién había comprobado nuestra devolución? ¿Quién había pasado ese libro por la retractiladora? ¿Quién lo había introducido en la caja que nos llegó después? ¿De verdad nadie comprobó que el libro tenía en la portada el nombre de nuestra tienda? Esto es simple y llanamente inadmisible.

Una alternativa al plástico sería empaquetar todos los libros y presentarlos en una cajita de cartón donde solo figurasen el título, el autor, la editorial, el PVP y un código de barras. La pregunta es, se protejan los libros del modo que sea, ¿cómo pueden los clientes ver los libros? Se me ocurren varias respuestas... 

La primera, que las editoriales nos ofrecieran a un precio simbólico un ejemplar que se destinaría a "libro de muestra". Toda la librería visible se formaría con estos volúmenes que, pasado un tiempo, podrían venderse por un importe similar al de compra. De tal modo, nadie perdería: ni los proveedores ni los vendedores. Volviendo al ejemplo del libro de veinte euros. La editorial o el distribuidor podrían ofrecerlo a la librería a precio de coste y el librero, para no perder, más adelante decidiría si lo ofrece por el mismo valor a aquellos que no tuvieran reparo en llevarse a casa un ejemplar, digamos, seminuevo por muy poco dinero (por ejemplo, unos seis euros), o bien hacer con él lo que se le antojara. Dicho de otra manera: todo el stock al alcance de los clientes serviría de muestra y quienes quisieran adquirir un libro en particular solo tendrían que pedírselo al responsable de la tienda. Este lo sacaría del almacén y listo: el cliente se llevaría a casa un libro en perfecto estado. Lamentándolo mucho, me temo que nunca pasará eso. Los que toman las decisiones en las editoriales parecen no están por la labor. 

La segunda, que lo consultasen en las páginas web de las editoriales. Hoy se ofrecen primeros capítulos de muchos libros, especialmente de las novedades. También podrían dejarse asesorar por los libreros, por el boca a boca o también por los suplementos culturales de la prensa y las revistas especializadas en literatura. Lo mismo sucede con las películas y la música, y nadie se escandaliza de que nos las vendan bien precintadas. Con los juguetes sucede lo mismo. Ni qué hablar de los productos de alimentación o los fármacos, por sugerir dos ejemplos más.

¿Qué pasaría con las devoluciones de los clientes? Muy sencillo: libro abierto, libro que no admite devolución (salvo que presentara defectos de imprenta). No creo que mucha gente protestase. A la larga nos concienciaríamos todos y saldríamos ganando. 

Como conclusión, los libros deben protegerse y llegar al cliente en perfecto estado. Un simple film protector no le costaría nada a la editorial y el lector se llevaría a casa un libro en inmejorables condiciones, que es lo suyo. Si no revertimos la tendencia actual, muchos lectores van a dejar de comprar libros de fondo asqueados por el estado que presentan y algunos libreros, yo incluido, nos vamos a olvidar de comprarlos. En Lucense solo queremos lo mejor para nuestros clientes y así lo exigimos, que bien caro lo pagamos y bien caro les cuesta a ellos. La cultura, desgraciadamente, es cada día un bien al alcance de menos personas. No debería ser un privilegio. Claro que, con la que está cayendo, va a ser difícil encontrar una librería abierta dentro de unos meses...

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